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El arquetipo de la monja

Los arquetipos son una herramienta que desarrolló Carl Jung para ayudarnos a ubicarnos en el inconsciente colectivo. El ser humano además de su YO y su inconsciente personal o su sombra, vive también de acuerdo a un inconsciente colectivo: una construcción mental que sostiene los comportamientos humanos durante toda la historia de la humanidad, y que nos permite identificar claramente conductas determinadas por decretos culturales anclados durante generaciones. En entradas anteriores, hablé de los arquetipos femeninos de la puta y de la niña. Hoy quiero hablar del arquetipo de la monja.


Este arquetipo está relacionado directamente con la influencia de la religión y el sentimiento de culpa por el pecado original: por el hecho de ser mujeres ya somos culpables y portadoras del pecado, y por lo tanto tratamos de vivir nuestra existencia en la absolución permanente de nuestra vida. El arquetipo de la monja hace referencia a este comportamiento en el cual nos mostramos al mundo como ejemplo de castidad, pureza y perfección. Nos sentimos culpables si sentimos placer, pues debemos ser castas para no entrar en pecado, o mejor, continuar con el. No queremos que nadie sufra, y por ende pasamos por encima nuestro, pues somos siervas del señor: somos siervas de cualquier figura masculina, desde Dios hasta el marido, hermano, hijo, jefe, trabajo, etc. "Debemos" poner por encima nuestro los intereses y deseos de los demás, pero en este ejercicio sufrimos en silencio nuestra propia decadencia y creamos la cárcel en la que permitimos ahogar a nuestro espíritu. Criticamos el comportamiento libre​ de otras mujeres, porque eso nos recuerda lo prisioneras que somos de los decretos familiares y de nosotras mismas aún sin ser consientes. El arquetipo de la monja en su aspecto negativo refleja la represión de la personalidad, el control y la ansiedad por el futuro, la culpa, el sentimiento de superioridad y el desprecio por las mujeres libres, el complejo de perfección y autoengaño. La monja esta en nosotras cuando nos sentimos culpables por disfrutar algo solas. Cuando criticamos a otras en sus decisiones personales. Cuando pensamos o decimos que esa otra mujer es una puta, es una vagabunda, porque se pinta el pelo, sale sola en la noche o escoge con quién se quiere acostar. La crítica sale desde la auto represión, desde los comportamientos heredados, desde las críticas escuchadas cuando éramos niñas, hacia nosotras o hacia otras mujeres. La monja también está presente cuando al pensar que todas las mujeres son unas vagabundas o cualquieras, atacamos con celos locos a nuestros compañeros y los acusamos de preferirlas a ellas y no a nosotras. Queremos un esposo o novio perfecto. Que nos traiga la luna y la vuelva a subir. Que solo tenga ojos para nosotras y no mire, hablé ni entable ninguna relación ni siquiera laboral con otra fémina. Tenemos miedo de perderlo en las fauces de una mujer libertina que si vive su feminidad y su cuerpo. Cuando estamos en el arquetipo de la monja, no somos capaces de ver la esencia de la otra persona. Estamos atrapadas en el qué dirán los demás, y en el que dirá El Señor, estamos atrapadas en el miedo.


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