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Aborto: tema tabú

Hablar de abortos es hablar de un tema prohibido. Y no simplemente porque lo legalicen o no, sino porque nosotras las mujeres lo sentimos y vivimos así. Si lo escogimos a voluntad, hay culpa, y si fue espontáneo, también hay culpa. Culpa por no ser lo suficientemente "berracas" para tenerlo, aunque si para abrir las piernas, y culpa si fue espontáneo porque nuestro cuerpo no fue lo suficientemente fuerte para sostenerlo. A esa culpa le sumamos la tristeza, el miedo, el dolor, la vergüenza. Lo increíble es que aún siendo víctimas de una violación, sentimos culpa. Nuestra condición biológica nos hace ser facilitadoras de la vida, y eso es hermoso y maravilloso, pero nuestra condición cultural nos limita a ser las únicas que la sostenemos: la mujer a la casa y a los hijos, es decir, adentro; el hombre al mundo de acción, afuera. Esa separación cultural y radical de roles hace que temas como el aborto, finjan ser tratados por todo el mundo, pero finalmente sólo la mitad de la población los procesa en el cuerpo y el alma. Una mujer que trabaja afuera, es casi como una que aborta: es una mala madre. Un hombre que no trabaja afuera, que no trae dinero a casa es un mal padre. Si nosotras tenemos nuestros rollos, ellos también tienen los suyos. En la medida en que sanemos nuestro linaje femenino, nuestra relación con nuestra madre y la madre universal, y comprendamos fuera de los estereotipos la esencia femenina, entenderemos el poder de la mujer, encarnada en la diosa Kali, la diosa que da la vida pero también la quita. Y así también es nuestro planeta Tierra, nos da alimento y casa, pero también nos quita: porque ese movimiento forma parte del equilibrio de la vida. No podemos ser mujeres que damos y sostenemos ad Infinitum, como mujeres también tenemos la responsabilidad de poner los límites claros, y a veces esos límites implican la muerte.


Pero como mujeres que somos, canal de vida, canalizamos la energía de los seres que se encarnarán a través nuestro, y son estos mismos seres los que deciden nacer a término o no, dejando en nosotras una enseñanza, una palabra de medicina para nuestra vida. Cada hijo nacido o no nacido es un aprendizaje. Cada hijo merece un reconocimiento, una fiesta a la vida: porque si estuvo o está aquí, hay una razón.


Mujeres, reconozcamos a todos nuestros hijos. Invitemos a nuestra pareja, nuestros padres, a nuestra familia a reconocer y amar a todos esos niños que no están presentes físicamente pero energéticamente siguen ahí, pegados a la conexión con su madre. Cada una se puede inventar el ritual que necesite para hacer visible esa conexión, y así mismo, permitirle a esas almas y a la nuestra, continuar en el camino de la vida.

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