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Mis partos: experiencias de vida transformadoras

Soy madre de 5 hijos, dos de ellos nacidos, y 3 en astral.. El primer hijo fue un aborto escogido. El segundo, parto en clínica, es ahora un hombrecito de 9 años. El tercero, aborto espontáneo. El cuarto, parto en casa, con 2 años. Y finalmente el quinto, otro aborto espontáneo. Como muchas mujeres, he tenido diferentes experiencias con relación a la forma de parir y a los abortos, experiencias que me han ayudado a sanarme a mi misma, a sanar mi linaje y la relación con mi madre, experiencias que me han guiado en procesos de tranformación personal y de pareja. No sentí ni siento remordimiento por el primer aborto que tuve, aborto que decidimos con mi compañero, y el cual sucedió en una época de mi vida en la que no me veía dejando de lado mis estudios para dedicarme a ser mamá con una pareja que apenas acababa de conocer. Intuitivamente efectué el duelo de esa alma, le pedí perdón por no dejarlo encarnar y le agradecí por tener paciencia y enseñarme en ese momento como empezaba para mi el camino de la familia. Mi segundo hijo lo engendramos seis años después, queriendo que llegase. La gestación fue muy hermosa y tranquila, pero cuando llego la hora del parto, la madre primeriza que era yo en ese entonces dejó que la institución hospitalaria guiara la manera como yo debía parir, y toda esa preparación amorosa se tornó en una experiencia dolorosa para mi y para mi bebé. Viví la intromisión a mi cuerpo, me sentí violentada, no escuchada. No quería tener más hijos. Mi primer hijo nacido vino al mundo con forceps y su madre no se dio cuenta porque estaba completamente drogada por la anestesia general. Cuando desperté no recordaba que estaba pariendo, y la primera imagen que vi fue a un médico encima mio deslizando sus antebrazos sobre mi vientre, la famosa maniobra de Kristeller (supe después). El llanto de mi hijo lo escuchaba en el fondo y ahí pude recordar que estaba haciendo en ese sitio y que estaba pasando. Con mi vos distorsionada por los efectos de la anestesia, brame varias veces por mi bebé hasta que al fin me lo pusieron en mi pecho para retirarlo nuevamente y llevarme a la sala de recuperación. Fue solamente hasta cuando me pasaron a la habitación que mi bebé me fue entregado, calculo por lo menos más de una hora después de que nació. Mi desinformación personal acerca del proceso de parto, mi falta de interés en querer apropiarme de mi propio proceso, el desconocimiento de que yo podía decidir como parir, el desconocimiento del tratamiento que las instituciones de salud dan a las mujeres parturientas, el delegar finalmente. Pero como la vida es sabia, el universo no da puntada sin dedal, toda esa experiencia me sirvió para decidir años más tarde, que si quedaba embarazada quería ser yo quien decidiera en que posición parir, quien estaría a mi lado, cuando pujar, cuando podía ir al baño a orinar, porque hasta hacer chichi se convierte en una decisión que no te dejan tomar, como si estar de parto fuera una enfermedad, una situación hospitalaria critica. A los 5 años de Martín, superamos nuestros miedos con mi esposo y empezamos a pedirle al alma del siguiente hijo que encarnara. Fueron dos años de cazuelas de mariscos, de hacer la tarea con pasión y amor. Pero esa semilla no encarnaba, y cuando finalmente lo hizo, duro solamente un mes en mi vientre para despedirse el mismo día que agradecíamos a la laguna de Ubaque el milagro de la vida. Fue mi primer aborto espontáneo. Ni mi esposo ni yo entendíamos que pasaba. Nos echamos culpas mutuamente, nos dijimos cosas que dolieron, estuvimos al borde de separarnos, para darnos cuenta finalmente que simplemente no estábamos preparados todavía ni como pareja ni como familia para recibir a ese nuevo ser. Hicimos el duelo con mucho amor y agradecimiento por las enseñanzas recibidas, por la fuerza que esa alma nos brindo para entender nuestro camino y lo que queríamos formar en ese momento. A los 6 meses se hizo el milagro, pero yo cargaba con el miedo de que en cualquier momento se podía desprender. Me tranquilizaba el recuerdo de que el embarazo de Martin había sido muy tranquilo sin ninguna complicación, pero fue hasta avanzado el cuarto mes que empece a tener tranquilidad con el tema del aborto. Samuel venia en camino. Decidí parir en casa y ser la encargada de mi proceso. Me acompañaron dos parteras hermosas desde el primer mes de embarazo, que me ayudaron a sanar mis heridas emocionales del primer parto y a creer que si se podia tener un parto consciente. Cómo doulas me empoderaron en mi gestación, y como parteras me soltaron en mi parto. Porque el parto sólo lo puede hacer la mamá, este donde esté. Su presencia fue discreta y suave, y firme cuando lo necesité. Aleja me ayudó a recordar el canto carnático, y gracias a esa herramienta de respiración pude salirme de mi mente y abandonarme a la experiencia de dolor, entrar a mi cuerpo desde donde nunca antes había estado. Pude sentir las diferentes hormonas, cada una haciendo su labor: oxitocina en las contracciones, adrenalina en el pujo. Vivirlas como un viaje de Yage, como la medicina que son. Si el primer parto me abrió los ojos de la mente, el segundo me abrió los ojos de la conciencia. El posparto fue para mí como una búsqueda de visión, una conexión directa entre mi ser y el que acababa de parir, y en donde mi compañero se encargó de cuidarme, bañarme y alimentarme los 40 días que duró mi cuarentena, porque así lo decidí. Espacio de tiempo donde no corrí, me solté a vivir la experiencia de ese tiempo de acople de mi cuerpo y mi mente.



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